Fernando Celada fue un poeta mexicano que nació en Xochimilco a finales del siglo XIX. Su poema “La caída de las hojas” es el más conocido y estuvo incluido en un libro que se llamaba “Las 1000 mejores poesías de la literatura universal” que fue donde lo leí por primera vez. El libro me lo prestó una amiga de la secundaria y recuerdo que tenía una excelente selección de poemas como “El seminarista de los ojos negros” de Miguel Ramos Carrión que fue el primero que llamó mi atención de ese libro y me encantó. En años recientes he buscado el libro pero desafortunadamente no lo he podido encontrar.
Pocos años después, sin embargo, tuve la oportunidad de conocer al nieto del poeta, el Ing. Manuel Celada, que trabajaba con mi papá en los desaparecidos Ferrocarriles Nacionales de México.
Fernando Celada fue un luchador
social también y su poesía le dio palabras a la clase obrera. En la actualidad,
sus poemas son poco conocidos, incluyendo el siguiente poema que tiene una profunda reflexión con metáfora aritmética:
El número uno
Por Fernando Celada
Todos se revelaron contra el uno
y el uno, de los guarismos, fue el
primero,
estábamos en víspera de ayuno
y había que ejercitar el
“Tragadero”.
El dos dijo: ¡De nada necesito!,
Era toda evolución: soy el segundo.
Y el tres clama con estridente
grito:
¡Soy el tercero!, ¡trinidad del
mundo!
Y destejiendo su figura, el cuarto,
dijo con estruendosas maldiciones:
¿Qué pueden reprocharme? Soy el
teatro
en donde representan los ratones.
Y el cinco, sin tardanza ni remedos,
clamó: ¡Soy alma de un millón de
poros!
Soy la existencia de los cinco dedos
con que cuenta el avaro sus tesoros.
Pero el seis, levantando la cabeza,
dijo: ¡Soy todo lo que el mundo
alcanza!,
inteligencia, voluntad, firmeza,
cerebro, corazón y desconfianza.
Y el siete, rebasando el hondo
abismo
de su mísero ser, clamó iracundo:
¡Yo soy la gran verdad, soy el
guarismo
que buscó Dios para formar el mundo!
El ocho, levantando la cabeza,
gritó: ¡Para mi vida no hay reveses,
soy un enorme fardo de tristeza,
haciendo cuarterones de los meses!
Y el nueve, altivo, falto de
respeto,
con todos sus hermanos, los menores,
exclamó todo triste y todo inquieto:
¡Yo soy como los viejos luchadores!
Sólo el cero, callado en su porfía,
fue el filósofo grande y oportuno,
y dijo que él tan sólo gritaría
teniendo a su derecha al número
uno.
¡Ay!, he pensado con dolor profundo,
en medio de esta triste mascarada,
que habemos muchos ceros en el mundo
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